La ley del silencio (artículos)

Publicada en 1999 la primera edición de La ciudad insular, había que darla a conocer, si no para qué haberla escrito, y qué más propio que un artículo un poco insólito en la prensa local, una rigurosa (en el sentido aplicable a los profesores) llamada de atención-denuncia-rapapolvo, dirigida a la línea de flotación de lo que el propio texto llamaba la parálisis del pensamiento gaditano. Ese sapere aude! espetado a los conciudadanos no produjo los efectos esperados, ni siquiera, aparentemente, ningún efecto. Ni fecundo debate, ni renacer del famoso pensamiento gaditano, ni crítica alguna; sólo una confirmación demasiado perfecta del análisis expuesto ante el respetable: perfecta parálisis de un diálogo imposible.

La ingenuidad podía haber consistido en empezar con una enmienda a la totalidad, así, a la tremenda; en situarse de sopetón en un plano de generalidad excesiva. Se modificó en consecuencia la estrategia, y se lanzaron a la arena pública intervenciones sobre cuestiones particulares planteadas en la vida ciudadana. Se eligieron asuntos de actualidad y, preferiblemente, de aristas polémicas. Se procuró que cada uno de esos artículos salieran al paso de declaraciones recientes de políticos y otras personas de poder, sin arredrarse a veces ante lo que algunos podrían considerar lenguaje provocativo. Se llegó a poner negro sobre blanco denuncias muy concretadas, por ejemplo, de prevaricación municipal en materia urbanística. Se incluyeron, como invitación casi desesperada a romper el hielo, respetuosos vituperios a la autoridad.

La respuesta se mantuvo firme e inequívoca en el silencio. No sólo la autoridad optaba por un desdén que hay que reconocerle habitual, sino, lo que ya es más insólito, también hacían mutis los columnistas y los opinantes, los culturetas de la ciudad en general y los específicamente afectados por ciertos artículos en particular. Es decir, todos los que se pasan la vida debatiendo, polemizando, altercando.

¿Cómo interpretar este reconocimiento de absoluta ajenidad en forma de invisibilidad gratuitamente otorgada? El orgullo personal del autor quizá se consolaba con la ilusión de que, ahondando ese silencio, haciéndolo cada vez más explícito, más dicho, estaba consiguiendo, a lo mejor, algo. Porque una de sus ocurrencias es que una comunidad no se define sólo por lo que dice, por lo que afirma y acepta, sino también, de una manera muy esencial, por lo que calla.

Pero, en realidad, para volver a lo positivo, la victoria de los silenciadores fue total, como lo prueba el aburrimiento del sujeto y su retirada de la palestra del debate público, con sólo esporádicas recaídas. Y es que lo han hecho bien. Con más savoir-faire que el grosero Borbón, no lo mandaron callar, sino que firmemente, unánimemente, se callaron ellos.


La parálisis del pensamiento gaditano icono-pdf.jpg
(Diario de Cádiz, 13-11-1999)



¡Bienvenida, Missis Marshall! icono-pdf.jpg
(Diario de Cádiz, 22-12-1999)



¿Circuito turístico o circuito motorístico? icono-pdf.jpg
(Diario de Cádiz, 1-2-2000)



El modelo Carranza de ciudad icono-pdf.jpg
(Revista del Ateneo, 2002)



Mejor un paseo que un paseíllo icono-pdf.jpg
(Diario de Cádiz, 23-3-2003)



Pequeño, precioso y útil icono-pdf.jpg
(Diario de Cádiz, 15-8-2003)



Una autovía sobre la bahía icono-pdf.jpg
(La voz de Cádiz, 9-2-2007)



Carta abierta a César Portela sobre la Aduana icono-pdf.jpg
(Diario de Cádiz, 30-10-2007)



Los dos franquismos y la Aduana icono-pdf.jpg
(Diario de Cádiz, 16-11-2007)



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